viernes, 7 de febrero de 2014

Irreverencia señorial

La verdad es que no se me ocurre mucho que escribir tras acabar 'Groucho y yo'. No diría que esta incursión en el terreno autobiográfico que como lector intrépido decidí hacer a sabiendas de que corría un riesgo importante ha resultado ser un rotundo fracaso, pero sí que me he aburrido bastante con su lectura, pese a las muy buenas críticas que hay sobre este libro, entre ellas, la de un bibliotecario (cuyo nombre olvidé) que intervino en un programa de radio que escucho habitualmente, y que fue la que me llevó a sacarlo de la biblioteca de Arroyo de la Miel.


Creo que la clave para que Groucho te divierta es entender su humor, y que yo no lo entiendo. Nunca me atrajo su figura, y alguna escena suelta que ocasionalmente he podido ver de sus películas no me ha dicho absolutamente nada. Tiene mi respeto como cómico, por supuesto, el mismo que por mi parte tienen todos los cómicos en general, me ría yo con ellos o no, porque sin entrar en comparaciones con los que se dedican al drama, considero que hacer reír no es una profesión nada fácil. No lo es ahora y tampoco tendría por qué serlo hace casi un siglo. Pero reconocido eso, también creo que no es necesario ser irreverente para hacer reír, y Groucho lo es.

Algo puede que también influya, pero poco, el hecho de la edición que me ha tocado en suerte, una bastante antigua de Tusquets (creo que es de 1972 exactamente), y cuya traducción deja bastante que desear. Por más que he hurgado en la RAE, no he encontrado ninguna acepción para la palabra "jira" que se asemeje a lo que todo traductor debería denominar "gira", hoy y me imagino que también en 1972. Cuando lo lees la primera vez, sin salir de tu asombro, te hace gracia, pero después de una decena de jiras te duelen tanto los ojos que estás deseando dejar de ver esa barbaridad cuanto antes. Luego también hay alguna que otra traducción demasiado literal, y construcciones bastante ajenas a nuestro idioma que empobrecen mucho el relato de los hechos.

Por lo demás, en el curso autobiográfico que Groucho Marx mantiene, creo sinceramente que hay muchas cosas que se inventa, a pesar de que él mismo deja claro desde el principio que no es ético hacerlo sobre uno mismo. Y aun siendo una autobiografía clara, también encontramos una contextualización en el tiempo y un deseo de contar cosas sobre otros o sobre el mundo que en ocasiones se agradece, como el episodio dedicado a la Ley Seca, un hecho histórico que siempre me ha llamado mucho la atención.

En definitiva, casi 350 páginas que solo recomendaría a los muy admiradores del carácter y del humor de Groucho y de los hermanos Marx, y me da que con la de años que lleva ya publicada la obra, la mayor parte de éstos ya se lo habrán leído y requeteleído.