viernes, 28 de agosto de 2015

¿Los hijos son una bendición?

Casi todos sus amigos estaban casados. También tenían hijos. Tokai había estado varias veces en sus casas, pero jamás había sentido envidia. De niños todavía eran encantadores, a su manera, pero al llegar a secundaria y al instituto, odiaban a los adultos casi sin excepción, se volvían agresivos, se metían en líos a modo de desquite y mortificaban despiadadamente los nervios y el aparato digestivo de sus padres. Por otra parte, los progenitores solo tenían en mente que los niños accediesen a colegios de elite, siempre andaban irritados por las notas, y las discusiones matrimoniales en que se culpaban de todo mutuamente se eternizaban. En casa, los niños apenas abrían la boca, se encerraban en sus habitaciones, donde o bien chateaban interminablemente con sus compañeros de clase, o bien se enganchaban a algún juego pornográfico inclasificable. Fuera como fuese, Tokai jamás había deseado tener unos hijos así. Aunque todos sus amigos intentasen convencerlo al unísono: “Digas lo que digas, los hijos son una bendición”, aquel reclamo no le resultaba nada creíble. Seguramente querían hacerle cargar a él con el peso que ellos llevaban. Creían que todos los seres humanos tenían la obligación de pasar por un calvario idéntico al que vivían ellos.

Haruki Murakami, 'Hombres sin mujeres'.

jueves, 20 de agosto de 2015

Locura y penosidad

Tenía mucho interés en volver a leer a Glattauer después de lo bien que lo pasé con 'Contra el viento del norte' y, en menor medida, con 'Cada siete olas'. Por otro lado, hacía tiempo que no me planteaba ninguna incursión en la novela romántica, y cuando vi que la Biblioteca de Avenida de Europa albergaba este ejemplar no lo dudé.


La nueva tentativa del autor austriaco agranda la leyenda de 'Contra el viento del norte'. Será difícil que vuelva a hacer una novela como aquella. Su estilo sigue siendo ágil y personal, sus capítulos breves ayudan a sumergirnos en la historia, sus personajes están bien trazados... pero al margen de eso, las historias son muy diferentes, y al abordar esta, en mi opinión, se pierde en disquisiciones que acaban casi eternizando un relato que quizá en su esencia no diera para tanto.

Judith, la soltera e indecisa dueña de una tienda de lámparas, conoce por casualidad a Hannes, un hombre apuesto y elegante del que cree tener que enamorarse, aunque realmente no experimenta ningún interés por él (a partir de aquí destripo argumento hasta donde está la raya horizontal discontinua).

Este punto de partida dará lugar a una serie de fases distintas por las que va atravesando la relación: desde el ligero conocimiento mutuo a las salidas, la participación en la vida familiar, la persecución de él hacia ella, la ruptura por parte de ella y el desencadenamiento de una serie de penosidades sin fin que acaban por llevar a Judith a la locura (terapias y medicamentos incluidos), hasta que en un relativamente inesperado giro, se descubre que el supuestamente maravilloso Hannes no está menos zumbado que ella.

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En definitiva, una novela angustiosa por momentos, que parte de un estilo ágil e interesante, y que en determinadas fases escapa de las manos del autor y desconcierta por tanto al lector. Solo la recomendaría después de 'Contra el viento del norte' y 'Cada siete olas', y tampoco inmediatamente.

viernes, 14 de agosto de 2015

El huracán Félix

Al principio había sido una muesca remota, todavía innombrada en su incipiente escala de depresión tropical, que se alejaba de las costas africanas atrayendo nubes calientes para su danza macabra; dos días después adquiría la categoría inquietante de perturbación ciclónica, y era ya una flecha envenenada en medio del Atlántico, con la proa dirigida hacia el mar Caribe y con derecho prepotente a ser bautizado: Félix; sin embargo, la noche anterior, cebado hasta convertirse en huracán, apareció como un remolino grotescamente encimado sobre el archipiélago de la Guadalupe, azotado por aquel desolador abrazo eólico de doscientos kilómetros por hora, que avanzaba dispuesto a derribar árboles y casas, a trastocar el curso histórico de los ríos y las altitudes milenarias de las montañas, a matar animales y personas, como una maldición venida de un cielo que seguía sospechosamente lánguido y apacible, como una mujer lista para el engaño.

Leonardo Padura, 'Paisaje de otoño'.

viernes, 7 de agosto de 2015

Los alemanes y los griegos

Los alemanes mantienen una relación amorosa con su trabajo; los griegos, por el contrario, lo viven como una maldición. Como si Dios los hubiera condenado a pasarse la vida trabajando.
Esto también explica, en gran medida, la diferencia de su comportamiento fuera del horario laboral. Los griegos suelen explicar de muchas maneras esta diferencia, con alusiones muy frecuentes al clima y la mentalidad específica del sur. Puede que tengan razón, aunque yo creo que la causa es otra.
Cuando termina la jornada laboral, los alemanes están infelices. No tienen ningunas ganas de salir a divertirse. Quieren quedarse en casa y acostarse temprano, y esperan impacientes que llegue el día siguiente, en que podrán volver al trabajo. El sueño acorta ese tiempo muerto de la espera. Salir a divertirse, por el contrario, lo alarga.
Puesto que para los griegos cualquier trabajo es un trabajo forzado y el lugar donde lo desempeñan una colonia de reclusos, se pasan el día esperando a que termine la jornada laboral, que será su liberación. Por eso salen todas las noches a divertirse, para celebrar su liberación y reunir fuerzas a fin de afrontar la cárcel el día siguiente. Ésta es para mí la gran diferencia. El clima de Grecia no hace más que contribuir al festejo cotidiano de la liberación.

Petros Márkaris, 'Hasta aquí hemos llegado' (en palabras del personaje de Andreas Makridis).