viernes, 28 de agosto de 2015

¿Los hijos son una bendición?

Casi todos sus amigos estaban casados. También tenían hijos. Tokai había estado varias veces en sus casas, pero jamás había sentido envidia. De niños todavía eran encantadores, a su manera, pero al llegar a secundaria y al instituto, odiaban a los adultos casi sin excepción, se volvían agresivos, se metían en líos a modo de desquite y mortificaban despiadadamente los nervios y el aparato digestivo de sus padres. Por otra parte, los progenitores solo tenían en mente que los niños accediesen a colegios de elite, siempre andaban irritados por las notas, y las discusiones matrimoniales en que se culpaban de todo mutuamente se eternizaban. En casa, los niños apenas abrían la boca, se encerraban en sus habitaciones, donde o bien chateaban interminablemente con sus compañeros de clase, o bien se enganchaban a algún juego pornográfico inclasificable. Fuera como fuese, Tokai jamás había deseado tener unos hijos así. Aunque todos sus amigos intentasen convencerlo al unísono: “Digas lo que digas, los hijos son una bendición”, aquel reclamo no le resultaba nada creíble. Seguramente querían hacerle cargar a él con el peso que ellos llevaban. Creían que todos los seres humanos tenían la obligación de pasar por un calvario idéntico al que vivían ellos.

Haruki Murakami, 'Hombres sin mujeres'.

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