lunes, 14 de julio de 2014

El hombre que arreglaba las bicicletas

Tengo amigos que son cinéfilos puros y que muy rara vez leen un libro. Me suelen decir que una película es más fácil de ver, porque no requiere el mismo esfuerzo intelectual de la lectura, siempre más sacrificada, y que en un rato te la has visto, frente a las semanas y meses que puedes tardar en terminar una novela.

En 'El hombre que arreglaba las bicicletas', no sé si conscientemente o no, el novel Ángel Gil Cheza se empeña en destruir uno por uno todos esos tópicos a fuerza de tejer un relato que no tardé más de tres horas en terminar (lo hice en dos intervalos, una tarde y la mañana siguiente) y que, salvo un inicio un tanto confuso, se lee casi solo. Un ejercicio literario reciente (publicada en marzo de 2014), fresco y, por cierto, ya que estamos con el símil, en mi opinión fácilmente adaptable a un guión cinematográfico.


Llegué a este libro, una vez más, de manera absolutamente casual. En la Biblioteca Pública Provincial de Málaga hay un estante en el que los propios usuarios pueden dejar los libros que más les han gustado, y allí estaba, depositado por alguien anónimo pero con quien felizmente comparto gustos, esta novela que me atrajo por su portada, por su título, por su no excesiva extensión y por estar editada en Suma de Letras, que tan buenos recuerdos me trae de la trilogía de César Pérez Gellida. Tras los tres o cuatro primeros capítulos, husmeé en la breve biografía del autor que aparece en el propio ejemplar (sorprendiéndome mucho su faceta de cantautor, ya que no me sonaba de nada su nombre), y luego ya no afronté la contraportada hasta que no había concluido el libro, como suelo hacer ya siempre, para no estar condicionado por nada.

Como breve esbozo del argumento, puedo decir que Artur Font, protagonista por omisión, es un escritor de éxito que fallece dejando mujer e hija, y que la historia que se nos cuenta parte de su testamento. Pero lo realmente interesante no es esto, sino las relaciones a las que dicha última voluntad da lugar entre unos personajes que jamás habrían querido conocerse... Y no digo más.

La división en capítulos breves facilita mucho profundizar en el mundo que nos propone el autor, que además se vale de una prosa ya de por sí ágil, que combina narración, diálogo, muy buenas metáforas y que, además, no está exenta de cierto intimismo, en forma de reflexiones personales a raíz de ciertas circunstancias en que se ven envueltos los personajes. La pequeña confusión a la que aludía antes puede darse solo un poco al principio, al aparecer varias personas que comparten un mismo nombre, Enda Berger, ya que a mí al menos me pasaba que pensaba que todas eran la misma, pero una vez resuelto ello sin una gran dificultad, el resto fluye.

Grata sorpresa por lo tanto este descubrimiento que recomiendo obligadamente para refrescar un poco este sofocante verano (no en vano, ya se sabe; no sé quién lo dijo, pero las bicicletas son para el verano).