viernes, 14 de agosto de 2015

El huracán Félix

Al principio había sido una muesca remota, todavía innombrada en su incipiente escala de depresión tropical, que se alejaba de las costas africanas atrayendo nubes calientes para su danza macabra; dos días después adquiría la categoría inquietante de perturbación ciclónica, y era ya una flecha envenenada en medio del Atlántico, con la proa dirigida hacia el mar Caribe y con derecho prepotente a ser bautizado: Félix; sin embargo, la noche anterior, cebado hasta convertirse en huracán, apareció como un remolino grotescamente encimado sobre el archipiélago de la Guadalupe, azotado por aquel desolador abrazo eólico de doscientos kilómetros por hora, que avanzaba dispuesto a derribar árboles y casas, a trastocar el curso histórico de los ríos y las altitudes milenarias de las montañas, a matar animales y personas, como una maldición venida de un cielo que seguía sospechosamente lánguido y apacible, como una mujer lista para el engaño.

Leonardo Padura, 'Paisaje de otoño'.

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