
He utilizado antes a propósito el término actualización, porque Silva sabe utilizar muy bien la actualidad para verla a través del "contexto Bevilacqua" (que por cierto, dicho sea de paso, es un personaje al que no puedo evitar representarme físicamente siempre bajo el aspecto de Roberto Enríquez, el actor vallisoletano que lo encarnó en la versión cinematográfica de 'El alquimista impaciente', que le viene como anillo al dedo). Ya lo hizo en 'La estrategia del agua', y seguramente en alguna otra entrega, y lo vuelve a ensayar aquí con maestría, en la investigación de un caso con muchos componentes que sonarán a todo aquel lector habituado a tener un mínimo de preocupación por informarse de todo aquello de cuanto nos rodea que los medios nos quieren contar. Habrá quien diga, por lo demás, que no resulta nada original situar el asesinato de una alcaldesa en la costa levantina, e incluso los naturales de aquella zona del país pueden sentirse agraviados al considerar que ha habido casos de mala praxis política por igual de norte a sur, pero no deja de ser un aprovechamiento de la actualidad. Una vuelta de tuerca, la forma que tiene un novelista de involucrarse en contar lo que pasa a su modo, lo que para mí tiene mucho mérito.
Por lo demás, seguimos estando ante una novela mucho más psicológica que de acción. Un tanto cuadriculada, absolutamente realista (con investigadores que hablan en primera persona y hacen las tareas del hogar y lo cuentan), y más burocrática incluso que otras veces. Pero sin que ello le haga perder un ápice de fuerza. No obstante, me gustaría aludir a algo que me parece quizá el punto más débil de la narrativa de Lorenzo Silva, en general, que es la asombrosa similitud entre la forma de dialogar de todos y cada uno de los personajes. No es Silva un autor que se caracterice precisamente, de entrada, por situar un punto y seguido demasiado cerca del siguiente a la hora de enlazar frases. Eso exige un esfuerzo quizá algo mayor a la hora de afrontar su lectura, que sin embargo, lectores como yo agradecemos, y hasta ahí bien. Pero nunca me ha resultado demasiado coherente que sus personajes dispongan de un lenguaje verbal provisto de una sensacional parafernalia, que hablen prestando un cuidado tan inusual a la sintaxis, y que además sea algo que afecte a todos por igual: a Bevilacqua, a Chamorro, a sus jefes, a los sospechosos sean del estatus social que sean... Es una forma de contar las cosas que resulta una virtud en el lenguaje escrito, pero que se convierte una rémora y hace perder mucha frescura en el oral, incluso en el oral disfrazado de escrito, porque hace que todo acabe dando la sensación de escrito cuando no debería parecerlo.
No sé si habré conseguido explicar muy bien esto último. En cualquier caso, la presencia de Bevilacqua y Chamorro, con la compañía ya consolidada de sus ayudantes Arnau y Salgado, sigue siendo necesaria en nuestra literatura, por más que personalmente me haya quedado algo eclipsada por otras apariciones en los últimos tiempos.