jueves, 7 de marzo de 2013

Fin de Grey

Algunos me dirán que el fin es solo por ahora, que puede que salgan más entregas. Pero no. Para mí Christian Grey tendría que haber finalizado para siempre. Si leo (caso de que se produzcan) alguna de sus entregas sucesivas será o bien porque he olvidado esto que estoy escribiendo ahora, o porque soy tan empedernido lector que no tengo remedio.

Voy a destripar argumento a mis anchas desde la siguiente línea ya. Aviso con tiempo.

Sé que escribí aquí sobre la primera entrega después de leerla, y que (aunque no voy a volver a leer lo que escribí) tenía un cierto pase. Y sé que también escribí, aunque mucho más brevemente y mucho más desencantado, sobre la segunda. Ahora, sobre la tercera, no puedo decir nada positivo, porque no me ha gustado nada, y la he leído por una obstinación que, como antes he dicho, es irremediable en mí cuando se trata de leer libros.

Tenía una secreta esperanza, y es que todo acabase con Christian Grey sumido en la más absoluta de las ruinas. Pidiendo por las esquinas. Desahuciado. Me daba exactamente igual su destino amoroso, se me daba una higa si el enésimo latigazo hacia Anastasia iba en la nalga o en la teta. Fruncía el ceño de hecho ante tal posibilidad, saliendo de mí el perverso que llevo dentro.

Pero no. Por desgracia no es así. Grey sigue siendo acaudalado hasta el fin de los días que por ahora conocemos de él. Y además se ha perpetuado.

Lo único que de verdad me ha impactado y me ha resultado muy muy curioso de este tercer libro es la presencia de un futbolista de la liga española. Sí, como suena. Es una referencia muy breve, pero es él. Los muy aficionados, y los muy friquis, recordarán a un portero norteamericano que militó en el Rayo Vallecano durante dos temporadas a principios de este siglo XXI. Tenía un preocupante principio de alopecia y se llamaba Kasey Keller. Compartió sus minutos con Lopetegui casi a iguales. Era (con el permiso de Todocoleccion, a los que le robo la foto) este sujeto.



De eso, como digo, hace más de una década. Era difícil, incluso para mí, que me paso mucho tiempo matando el rato mirando cosas antiguas de fútbol, que este tipo volviera a la cabeza de algún aficionado al fútbol español. Y sin embargo, ahí estaba E. L. James, capaz de conseguir esa proeza. Aquí está la prueba irrefutable.


Por lo demás, como digo, deseando que las 650 páginas pasasen rápido y una vez que ha sido así, deseando embarcarme ya en la próxima lectura.

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