Las más de 650 páginas de la novela se desarrollan en torno a la desaparición (que un par de décadas después se torna en asesinato) de una chica de 15 años, Nola Kellergan, en la pequeña población norteamericana de Aurora. De una belleza y una madurez deslumbrantes para su edad, trasciende que Nola habría mantenido algún tipo de relación con el escritor Harry Quebert, veinte años mayor que ella, y en el jardín de cuya casa aparece el cadáver. Otro escritor, Marcus Goldman, amigo íntimo del anterior, se desplaza a Aurora para investigar todo lo ocurrido en torno al caso y tratar de interceder en favor de Harry, al que se apresa como sospechoso principal del crimen.
Y no hay más. El argumento es el de una novela negra como hay otras muchas. Si acaso encontramos algún elemento más original que de costumbre, este podría ser la mezcla de base narrativa en diferentes épocas que se intercalan constantemente, y el sistemático cambio de persona narrativa. Lo demás me ha parecido un continuo y repetitivo aburrimiento. Abuso de relatos colaterales que suponen una recreación excesiva del lugar y de sus habitantes. Aspectos sobre el asesinato proporcionados con cuentagotas (sobre todo al principio) para rellenar más y más páginas. Y en definitiva, sucesión de vueltas en torno a la misma cosa, repitiendo incluso literalmente determinados pasajes, no sé si conscientemente o por descuido. Una historia que se podría y debería haber contado en un espacio mucho menor, pero que sin embargo se alarga por cuestiones que barrunto, pero que no alcanzo a comprender.
Barajo dos posibles razones por las que semejante tostón ha podido convertirse en un fenómeno. Una es el hecho de que un escritor europeo (ginebrino más concretamente) tome como escenario Estados Unidos, con el eco mediático que supone el país de las barras y las estrellas, apariciones estratégicas de Barack Obama incluidas. Y la otra, y más decisiva, es el morbo que supone contar una relación, de cualquier tipo, de un hombre de treinta y tantos con una lolita de quince. La sombra de Nabokov es alargada, a pesar de que Joel Dicker, en mi modesta opinión, aún queda a años luz del talento expresivo del autor ruso, cuya obra (que por cierto tampoco me gustó mucho) era capaz de señalar el supuestamente desviado interés de esa diferencia de edad de una forma mucho más sugerente, sin echar mano de recursos vulgares como alguno que otro que aparece aquí.
En el siguiente párrafo hablo indirectamente del final.
Reconozco, no obstante, que el giro que da la historia en el último capítulo me parece bastante bueno y que no me lo esperaba. Sí intuía que hiciera resurgir a Luther Caleb (sin duda el único personaje salvable de largo) y es así, pero de una manera totalmente diferente a la que inicialmente pensé. Pretende darte la impresión, aunque ligera, de que ha merecido la pena emplear semana y media de tu tiempo en esta lectura. Pero para mí no es suficiente. Supone demasiado esfuerzo hacer frente a todo lo anterior. Las críticas con las que Alfaguara adorna la contraportada me parece que le hacen un muy flaco favor a Dicker y a su novela, y que tienen el único propósito de que a la gente le dé por este libro ahora, pero en fin, allá cada cual; de hecho, seguramente, el autor, por lo que cuenta también en parte en su relato, tiene que estar encantadísimo con este particular.
Yo ni la recomiendo ni la dejo de recomendar. Ya tiene suficiente campaña a su alrededor. El lector debe elegir libremente y luego juzgar. Como siempre.